No es raro encontrar en nuestro medio cultural, a autoridades, especialmente las elegidas por voto popular, que tienen un oído fino para escuchar adulaciones! Y como se regodean en su deleite dándole cabida a unas exaltaciones artificiales, a seudo-reconocimientos expresados por sus obsecuentes…
Mas, cuando esos mismos oídos logran escuchar o enterarse por segundas personas, de anotaciones y observaciones críticas de parte de un ciudadano independiente o de un opositor o disidente, la reacción es de animalillo inferior. Se contrae, gesticula, brinca, expide babaza, y termina por lanzar anatemas y ruidos contra quien ha tenido la insolencia de criticarlo. Tan ridículos se ven estos especímenes, al considerarse, no se sabe por obra de qué o quién, que él y sus similares están exentos de críticas u observaciones por parte de los demás mortales, ciudadanos libres. No serviles ni aduladores. Y no ahorran energías en hacer ver dichas críticas como inválidas y, descalificar al que la emite, argumentando cualquiera necedad, entre estas dejando ver al disidente como un enemigo personal. Es el recurso de los ineptos que no alcanzan a entender que es connatural a la democracia, la libertad de expresión, de opinar. Incluso aunque no se tenga razón. Pero la estupidez encaramada en un pedazo de poder, que revela la pequeñez de la persona en cuestión, no sólo censura al hombre libre, sino que pretende que la estupidez sea reverenciada, objeto de elogio!!!
Sea quien fuere, cuando alguien gana el favor de la ciudadanía para hacer de gobernante, debe saber, estar convencido, que no hay otra razón para hacerse elegir que servir a la sociedad, sin distingos de color político, color de la piel, credos, etc. El gobernante lo es de todos, no de quienes votaron por él. Y su deber es resolver los problemas existentes, no crean más por fuerza de su irracionalidad. Y mostrar cada día, la obra que lo enaltece. En este particular asunto de saber gobernar para el bienestar de la gente -esencia de la política-, y no para otra cosa, reside el quid del ser gobernante. Si no se responde a esta expectativa, no sólo se está en el lugar equivocado, sino en misión equivocada.
De otro modo, el poder que otorga ejercer el gobierno, no es licencia para la “buena vida” del gobernante, no es prerrogativa para andar de rumba, haciéndose la leva con respecto a sus obligaciones; tampoco es “lugar de privilegio” para derrochar mentiras, excusas, y posponer soluciones a los problemas de siempre. Además el buen gobernante -que puede ser gobernador, alcalde o presidente-, no lo es, para hipotecarse a otro sujeto por muy poderoso que aparente ser. Su compromiso es con la sociedad, y con el programa que puso a consideración de la gente.
Y para no dejar dudas, un gobernante con sentido común y estudioso de los asuntos de gobierno, debe saber que obras de gobierno pueden ser muchas. Y no siempre las obras de cemento (concreto), son lo máximo. (…)
Santiago de Tolú, septiembre 2 - 2013